domingo, 11 de febrero de 2024

Los puntos sobre las íes en la problemática del campo español

 Durante estos días se están viendo protestas en toda Europa por parte de los sectores ganadero y agrícola. No les falta razón, los pequeños agricultores y ganaderos están asfixiados y ya no pueden más, pero están errando en la dirección donde dirigir estas protestas, las verdaderas razones de porqué se ha llegado a esta situación. La problemática es compleja, pero intentaré resumir los puntos más importantes.

     Sin duda, el principal problema está en el monopolio que los grandes fondos de inversión, cadenas de supermercados y plataformas de venta están ejerciendo al acaparar casi la totalidad de estos sectores (cada vez quedan menos agricultores y ganaderos tradicionales), comprando más y más tierras para implantar monocultivos y/o macrogranjas superintensivas, abaratando los costes y maximizando los beneficios, sin considerar el daño que hacen a todo el sector y al medio ambiente. Esta es la principal causa de que los productores no reciban un precio justo en sus productos y no les sea viable ni sostenible su modo de vida. La culpa no es de las medidas que limitan el uso de fitosanitarios, pesticidas, fertilizantes, otros agroquímicos y medicamentos (en el caso de la ganadería), ni las medidas medioambientales que están intentando mitigar graves problemas que sí podrían suponer el fin de toda la agricultura y ganadería, como son el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el colapso ecológico. Tampoco la tienen los agentes de medio ambiente ni el lobo, como se leen y escuchan en algunas pancartas y proclamas. Más bien, esa rabia debe ir dirigida a determinados entes y personas con nombres y apellidos, como por ejemplo la familia de la Duquesa de Alba (latifundistas y caciques desde la antigüedad), las grandes superficies como Mercadona, Carrefour, Lidl, etcétera. Además, estas disponen de enormes flotas logísticas, en otras palabras, producen muy barato y/o pagan muy poco a los productores, y luego venden a precios muy altos, teniendo como resultado grandes beneficios. Esto es el verdadero enemigo del campo, y no esos otros que tristemente se han convertido en el foco por parte de agricultores y ganaderos, manipulados por ciertos lobbies de presión que utilizan intencionadamente a las masas para que nos desviemos del problema. Otro aspecto es como grandes empresas sacan provecho y explotan a trabajadores dentro de nuestras fronteras y/o en países distantes, donde los salarios son mucho más bajos y no hay apenas controles de calidad ni sobre los productos usados durante la producción, y así obtener beneficios cuantiosos.

     Es por esto que se están observando grandes contradicciones en el argumentario que se está usando, y por simple y objetiva lógica, este se viene abajo. El tema del uso de fitosanitarios, pesticidas, fertilizantes, agroquímicos o medicamentos, no es que se deba ser más laxo, sino al contrario, pues muchos de estos productos están detrás de muchas enfermedades como el cáncer, alzheimer y parkinson, por poner ejemplos (demostrado en distintos estudios). La tendencia debe ser dejar de usarse, pues hay alternativas que no sólo son más económicas sino más saludables y sostenibles, pero incomprensiblemente se apunta a esto como una barrera que limita a los productores, cuando ya sabemos que son los bajos precios que reciben, y ya he mencionado antes cuál es el motivo de ello. El campo nos da de comer, sí, ¿pero de qué nos sirve si es a cambio de enfermedad? Y luego está el tema de la contaminación del suelo y el agua, la eutrofización de los sistemas acuáticos y la pérdida de biodiversidad, todo ello derivado del uso de estos compuestos.     

     Los fitosanitarios, por otro lado, están acabando con insectos y otros artrópodos que son los que cumplen por si solos, roles que son imprescindibles y no solo para el campo, sino para la vida: descomponen materia orgánica que hace que los suelos estén fértiles y se puedan cultivar, polinizan las flores y controlan plagas, entre otros muchos. Su uso está produciendo un efecto contrario, creando resistencia en las verdaderas plagas de los cultivos y aniquilando a otras especies que si depredan sobre ellas, un verdadero sinsentido. Si no hacemos caso a estos hechos, no es que nos quedemos sin alimentos porque la agricultura y ganadería ya no son viables económicamente, sino que ya no será posible cultivar. Lo que está en juego es muy serio.

     Otra de las grandes contradicciones está en la negación del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el colapso ecológico. Se afirma que esto es cosa de “ecologistas”, sin tener en cuenta que es la ciencia la que nos advierte con datos irrefutables. El cambio en el régimen de lluvias, sequías prolongadas, altas temperaturas en épocas anómalas, clima extremo e impredecible... Todos estos eventos están afectando a la agricultura y a la ganadería, son responsables de la pérdida de cosechas enteras y el encarecimiento de productos necesarios en estos sectores para producir los alientos que tanto necesitamos. El contrasentido es enorme aquí, pues tanto agricultores como ganaderos son los primeros que están viendo estos efectos en el campo de forma cruda y real, cuando ven por ejemplo la floración de los cultivos adelantarse hasta tres meses con respecto al ciclo normal y luego las heladas terminan por destruirlos, o como no llueve (sin agua no se puede cultivar ni producir alimentos). Negar la existencia de estos hechos no va a ayudar a estos sectores tan castigados, sino al contrario. No parece lógico negar aquello mismo que está por destruirnos y más si la solución se conoce. Pero se ha elegido ir en contra de las medidas medioambientales que son el último escudo que protege al campo de su propio colapso (y por supuesto, al medio ambiente, las sociedades humanas y toda la vida en el planeta Tierra).

     Una reflexión necesaria es la que atañe a la ganadería y agricultura depredadoras, esas que los grandes propietarios ejecutan sin pensar en el mañana. Es la que se ve con los aguacates en la Axarquía, la que se ha cargado La Manga del Mar Menor, la que ahora está intensificando con cultivos de árboles la zona de la Hoya de Guadix-Baza, los olivares superintensivos en Jaén, la de los frutos rojos en el entorno del Doñana… la lista podría ser interminable. Su funcionamiento es cortoplacista, y se basa en explotar un territorio hasta agotarlo y entonces se trasladan a otra parte, sumiendo en la miseria a la población local, antes contenta mientras se exprimía el suelo con dicho uso intensivo (cuando había puestos de trabajo y se traducía en riqueza, pero es un espejismo, pan para hoy y hambre para mañana). Es el secuestro de estos sectores por los mercados y el capitalismo, que no miran más allá de las ganancias de los grandes inversores y monopolios, y dejan de lado a las pequeñas y medianas explotaciones. Es importante ser críticos y pensar, no todo vale en el campo ni todo lo que piden los sectores ganadero y agrícola es coherente y lógico. Hay que cambiar muchos aspectos. Ahora mismo la agricultura es el sector que más agua consume con diferencia, en época de crisis climática y sequía extrema. También es responsable de la pérdida de suelo y su fertilidad, cambios de uso rápidos según marcan los mercados y trasformaciones del paisaje que están poniendo en peligro la biodiversidad y ecosistemas enteros. Es necesario replantearse la tipología de cultivos y cambiar los usos intensivos, responsables de estos males, y a su vez, que sea rentable para el gremio.

     ¿Pero cómo se soluciona el problema del campo?

 

·         Por un lado, es necesario cambiar hacia producciones extensivas, sostenibles, regenerativas y orgánicas, pues son la única alternativa que nos queda, además de ser la opción más saludable tanto para nosotros como para el planeta, con un uso y manejo tradicionales y vinculados con el entorno. Esto es pensar a largo plazo, ir más allá, pero para ello, los sectores agrícola y ganadero deben estar dispuestos a dar ese giro necesario, y atacar al problema que realmente tienen, el modelo que proponen los mercados donde el pequeño y mediano productor es castigado y se premia a las grandes multinacionales.

 

·         Consumo de productos locales y de kilómetro cero, simplificación de la cadena alimenticia e incentivación de su venta directa, rompiendo con el monopolio de los grandes fondos de inversión y superficies. El productor consigue más ganancia y se evita el transporte de alimentos desde lugares alejados que suponen un alto gasto de energía y recursos, más un elevado impacto por contaminación y emisiones de gases de efecto invernadero.

 

 

·         Precios justos para los productores pequeños y medianos, y simplificar y facilitar toda la burocracia y papeleo implicados, ya que son quienes realmente están sufriendo más la problemática.

 

·         Cultivos que se adapten al medio y sean resilientes con el nuevo escenario de altas temperaturas, sequía y cambio climático.

 

·         Fin de los cambios de uso en el suelo, ya que lo agotan y tienen graves implicaciones para la vida que está interconectada con los cultivos tradicionales y suponen verdaderos agroecosistemas. Estos cambios rápidos y usos intensivos suponen la pérdida de hábitats esenciales y no da tiempo a las especies para adaptarse.

 

·         Salarios justos para los jornaleros y trabajadores del sector.

 

·         Exigir las mismas medidas de control de calidad y producción a los productos provenientes del extranjero.

 

     Todo esto podría suponer un cambio radical que mejorase la vida en estos sectores, aseguraría la soberanía alimentaria y el futuro de la sociedad entera y el medio ambiente del que dependemos.

     En conclusión, hay que dirigir la flecha del cambio en la dirección correcta y no divagar o dejarse secuestrar por los discursos que ciertas corrientes económicas o políticas, u otros lobbies, proclaman intencionadamente para que se sigan beneficiando mientras está en juego la supervivencia de todos. 




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