Durante estos días se están viendo protestas en toda Europa por parte de los sectores ganadero y agrícola. No les falta razón, los pequeños agricultores y ganaderos están asfixiados y ya no pueden más, pero están errando en la dirección donde dirigir estas protestas, las verdaderas razones de porqué se ha llegado a esta situación. La problemática es compleja, pero intentaré resumir los puntos más importantes.
Sin duda, el principal problema está en el
monopolio que los grandes fondos de inversión, cadenas de supermercados y
plataformas de venta están ejerciendo al acaparar casi la totalidad de estos
sectores (cada vez quedan menos agricultores y ganaderos tradicionales),
comprando más y más tierras para implantar monocultivos y/o macrogranjas superintensivas,
abaratando los costes y maximizando los beneficios, sin considerar el daño que
hacen a todo el sector y al medio ambiente. Esta es la principal causa de que
los productores no reciban un precio justo en sus productos y no les sea viable
ni sostenible su modo de vida. La culpa no es de las medidas que limitan el uso
de fitosanitarios, pesticidas, fertilizantes, otros agroquímicos y medicamentos
(en el caso de la ganadería), ni las medidas medioambientales que están
intentando mitigar graves problemas que sí podrían suponer el fin de toda la
agricultura y ganadería, como son el cambio climático, la pérdida de
biodiversidad y el colapso ecológico. Tampoco la tienen los agentes de medio
ambiente ni el lobo, como se leen y escuchan en algunas pancartas y proclamas.
Más bien, esa rabia debe ir dirigida a determinados entes y personas con
nombres y apellidos, como por ejemplo la familia de la Duquesa de Alba
(latifundistas y caciques desde la antigüedad), las grandes superficies como
Mercadona, Carrefour, Lidl, etcétera. Además, estas disponen de enormes flotas
logísticas, en otras palabras, producen muy barato y/o pagan muy poco a los
productores, y luego venden a precios muy altos, teniendo como resultado
grandes beneficios. Esto es el verdadero enemigo del campo, y no esos otros que
tristemente se han convertido en el foco por parte de agricultores y ganaderos,
manipulados por ciertos lobbies de presión que utilizan intencionadamente a las
masas para que nos desviemos del problema. Otro aspecto es como grandes
empresas sacan provecho y explotan a trabajadores dentro de nuestras fronteras
y/o en países distantes, donde los salarios son mucho más bajos y no hay apenas
controles de calidad ni sobre los productos usados durante la producción, y así
obtener beneficios cuantiosos.
Es por esto que se están observando
grandes contradicciones en el argumentario que se está usando, y por simple y
objetiva lógica, este se viene abajo. El tema del uso de fitosanitarios,
pesticidas, fertilizantes, agroquímicos o medicamentos, no es que se deba ser
más laxo, sino al contrario, pues muchos de estos productos están detrás de
muchas enfermedades como el cáncer, alzheimer y parkinson, por poner ejemplos
(demostrado en distintos estudios). La tendencia debe ser dejar de usarse, pues
hay alternativas que no sólo son más económicas sino más saludables y
sostenibles, pero incomprensiblemente se apunta a esto como una barrera que
limita a los productores, cuando ya sabemos que son los bajos precios que
reciben, y ya he mencionado antes cuál es el motivo de ello. El campo nos da de
comer, sí, ¿pero de qué nos sirve si es a cambio de enfermedad? Y luego está el
tema de la contaminación del suelo y el agua, la eutrofización de los sistemas
acuáticos y la pérdida de biodiversidad, todo ello derivado del uso de estos
compuestos.
Los fitosanitarios, por otro lado, están
acabando con insectos y otros artrópodos que son los que cumplen por si solos, roles
que son imprescindibles y no solo para el campo, sino para la vida: descomponen
materia orgánica que hace que los suelos estén fértiles y se puedan cultivar,
polinizan las flores y controlan plagas, entre otros muchos. Su uso está
produciendo un efecto contrario, creando resistencia en las verdaderas plagas
de los cultivos y aniquilando a otras especies que si depredan sobre ellas, un
verdadero sinsentido. Si no hacemos caso a estos hechos, no es que nos quedemos
sin alimentos porque la agricultura y ganadería ya no son viables
económicamente, sino que ya no será posible cultivar. Lo que está en juego es
muy serio.
Otra de las grandes contradicciones está
en la negación del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el colapso
ecológico. Se afirma que esto es cosa de “ecologistas”, sin tener en cuenta que
es la ciencia la que nos advierte con datos irrefutables. El cambio en el
régimen de lluvias, sequías prolongadas, altas temperaturas en épocas anómalas,
clima extremo e impredecible... Todos estos eventos están afectando a la
agricultura y a la ganadería, son responsables de la pérdida de cosechas
enteras y el encarecimiento de productos necesarios en estos sectores para
producir los alientos que tanto necesitamos. El contrasentido es enorme aquí,
pues tanto agricultores como ganaderos son los primeros que están viendo estos
efectos en el campo de forma cruda y real, cuando ven por ejemplo la floración
de los cultivos adelantarse hasta tres meses con respecto al ciclo normal y
luego las heladas terminan por destruirlos, o como no llueve (sin agua no se
puede cultivar ni producir alimentos). Negar la existencia de estos hechos no
va a ayudar a estos sectores tan castigados, sino al contrario. No parece
lógico negar aquello mismo que está por destruirnos y más si la solución se
conoce. Pero se ha elegido ir en contra de las medidas medioambientales que son
el último escudo que protege al campo de su propio colapso (y por supuesto, al
medio ambiente, las sociedades humanas y toda la vida en el planeta Tierra).
Una reflexión necesaria es la que atañe a
la ganadería y agricultura depredadoras, esas que los grandes propietarios
ejecutan sin pensar en el mañana. Es la que se ve con los aguacates en la
Axarquía, la que se ha cargado La Manga del Mar Menor, la que ahora está
intensificando con cultivos de árboles la zona de la Hoya de Guadix-Baza, los
olivares superintensivos en Jaén, la de los frutos rojos en el entorno del
Doñana… la lista podría ser interminable. Su funcionamiento es cortoplacista, y
se basa en explotar un territorio hasta agotarlo y entonces se trasladan a otra
parte, sumiendo en la miseria a la población local, antes contenta mientras se
exprimía el suelo con dicho uso intensivo (cuando había puestos de trabajo y se
traducía en riqueza, pero es un espejismo, pan
para hoy y hambre para mañana). Es el secuestro de estos sectores por los
mercados y el capitalismo, que no miran más allá de las ganancias de los
grandes inversores y monopolios, y dejan de lado a las pequeñas y medianas explotaciones.
Es importante ser críticos y pensar, no todo vale en el campo ni todo lo que
piden los sectores ganadero y agrícola es coherente y lógico. Hay que cambiar
muchos aspectos. Ahora mismo la agricultura es el sector que más agua consume
con diferencia, en época de crisis climática y sequía extrema. También es
responsable de la pérdida de suelo y su fertilidad, cambios de uso rápidos
según marcan los mercados y trasformaciones del paisaje que están poniendo en
peligro la biodiversidad y ecosistemas enteros. Es necesario replantearse la
tipología de cultivos y cambiar los usos intensivos, responsables de estos
males, y a su vez, que sea rentable para el gremio.
¿Pero cómo se soluciona el problema del
campo?
·
Por un lado, es necesario cambiar hacia
producciones extensivas, sostenibles, regenerativas y orgánicas, pues son la
única alternativa que nos queda, además de ser la opción más saludable tanto
para nosotros como para el planeta, con un uso y manejo tradicionales y
vinculados con el entorno. Esto es pensar a largo plazo, ir más allá, pero para
ello, los sectores agrícola y ganadero deben estar dispuestos a dar ese giro
necesario, y atacar al problema que realmente tienen, el modelo que proponen
los mercados donde el pequeño y mediano productor es castigado y se premia a
las grandes multinacionales.
·
Consumo de productos locales y de kilómetro
cero, simplificación de la cadena alimenticia e incentivación de su venta
directa, rompiendo con el monopolio de los grandes fondos de inversión y
superficies. El productor consigue más ganancia y se evita el transporte de
alimentos desde lugares alejados que suponen un alto gasto de energía y
recursos, más un elevado impacto por contaminación y emisiones de gases de
efecto invernadero.
·
Precios justos para los productores
pequeños y medianos, y simplificar y facilitar toda la burocracia y papeleo
implicados, ya que son quienes realmente están sufriendo más la problemática.
·
Cultivos que se adapten al medio y sean
resilientes con el nuevo escenario de altas temperaturas, sequía y cambio
climático.
·
Fin de los cambios de uso en el suelo, ya
que lo agotan y tienen graves implicaciones para la vida que está
interconectada con los cultivos tradicionales y suponen verdaderos
agroecosistemas. Estos cambios rápidos y usos intensivos suponen la pérdida de
hábitats esenciales y no da tiempo a las especies para adaptarse.
·
Salarios justos para los jornaleros y
trabajadores del sector.
·
Exigir las mismas medidas de control de
calidad y producción a los productos provenientes del extranjero.
Todo esto podría suponer un cambio radical
que mejorase la vida en estos sectores, aseguraría la soberanía alimentaria y
el futuro de la sociedad entera y el medio ambiente del que dependemos.
En conclusión, hay que dirigir la flecha
del cambio en la dirección correcta y no divagar o dejarse secuestrar por los
discursos que ciertas corrientes económicas o políticas, u otros lobbies,
proclaman intencionadamente para que se sigan beneficiando mientras está en
juego la supervivencia de todos.
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