domingo, 1 de octubre de 2017

De monstruos y banderas


Cuánto empeño en lo pasado,
la repetición terrible de su círculo,
el monstruo creciente de adornos,
cuelga banderas y habla de naciones,
unas nuevas, otras viejas,
ninguna de ellas esperanzadora,
pues portan las mismas dolencias,
ese perro de fuego,
escupe llamas carbonizadoras,
los señores trajeados complacientes,
observan las muchedumbres,
ni el policía, ni el porta banderas,
es libre de corazón,
sólo marionetas de aristócratas.


Oh! cuánto llanto y derramar,
en tus calles ha habido efluvios,
de lágrimas y sangre,
dolor y penas, a qué precio,
hablan de libertad, pero míralos,
ninguno sabe de libertad,
sólo un imponer, un dividir,
naciones y patrias,
terribles palabras esclavizadoras,
ni el policía quiere golpear,
ni el porta banderas sangrar,
al final todos ansían la Libertad,
la verdadera e inequívoca.


Míralos en sus altos tronos,
sus prendas purpura,
sus barrigas llenas,
y su codicia insaciable,
son los perros de la élite,
arengan y persuden,
cual lengua de serpiente,
allí está su séquito también,
son pobres y lloran,
pero no sabe por qué.


¡Ay! si supieran,
que lo son por esos otros,
de trajes y maletines,
y por sus señores de altos sombreros,
en un día la torre caería,
colosal y alta, que han construido,
a ritmo de latigazos y migajas,
cómo van a ser libres,
sino entienden, los otros sí ríen,
de su triste ignorancia.


¡Oh pueblo! Si un día despertaras,
en tu gran mediodía, cuánto sanarías,
todo ese llanto y dolor,
desaparecería, para bailar,
danzarines en cantos alegres,
no pararían de reír y correr,
y los otros serían los que sollozan,
ahora, se se han cambiado las tornas,
ya el policía no golpea,
el porta banderas no acarrea,
ya conocen la libertad purificadora.


Pero cuánto tiene que pasar,
para la llegada de tal conmoción,
creadora cual torrente vigoroso,
que atraviesa coloridos prados,
y arrastra todo lo pesado,
lastres y castillos antiguos,
río poderoso que derrumba los muros,
y abre nuevas afluentes,
hasta donde los horizontes se desbordan,
a caudales colmados y transparentes,
han saciado la sed del sediento,
ya no hay tronos ni reyes,
sólo humanos más humanos.


La espera prodigiosa,
y su reloj de arena está en marcha,
grano a grano va avanzando,
silencioso e impasible,
a nuevos amaneceres,
aunque aún haya lamentos,
serán los lamentos,
del último de los hombres.

01/10/2017 J.S. Santaigo


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