jueves, 1 de diciembre de 2016

Carta abierta al pueblo cubano

El comunismo no es un ejemplo de sociedad. Siempre me he sentido más simpatizante de los ideales de izquierdas, a mi parecer, más justos. Nos hicieron creer que utópicos, pero más bien son incompatibles con la voracidad del hombre actual, atrapado en una fase de nihilismo. Demasiado preocupado con sus quehaceres diarios, y en la mayoría de los casos superficiales. Atareados y ajetreados, sin tiempo de atender sus corazones o mirar a su interior. Estancados en el mundo material, sin preocuparse quienes ellos mismos son.
    Con el tiempo me dí cuenta que el comunismo, incluso el más puro, utópico y justo de ellos, no lo es. Es simplemente un valor que le hemos etiquetado, una idea. Pues al final, persigue lo mismo que cualquier otro sistema de valores o ingeniería social que el humano haya creado, desde que hace 10000 años aparecieran las primeras civilizaciones. Y esto es el control de la población. Por medio de su propaganda, de su camino de largo recorrido y su persecución al que piensa distinto. Anula al ser creativo, con ideas propias y que se sale de sus normas preestablecidas. Asume a todos los humanos iguales. Al final, convierte al hombre en una pieza de engranaje, una cabeza de ganado, cuyas aspiraciones y sueños van a parar en el estado. Es otra forma más de exaltación del nacionalismo, como lo son los de derecha. Otra dictadura para el alma y el espíritu humano. Donde la belleza está en su poder creativo y en la diversidad de individuos. Todos somos distintos y eso es maravilloso. Sin embargo, nos arrebañan y nos desposeen de nuestro mayor tesoro, ser diferentes, en definitiva, ser nosotros mismos. Aunque para eso, primero debemos saber quiénes somos, algo que está prohibido, más hoy, en las sociedades modernas. Así, somos máquinas productivas, números, datos y estadísticas. Solo valorados por nuestra valía y productividad.
    El comunismo, al igual que los fascismos u otras ideologías, y hoy día el capitalismo salvaje que impera, todos ellos, pecan de lo mismo. Son sistemas materialistas y superficiales, que solo operan en estos planos, en estas dimensiones. Para ellos, el humano, es una colonia de hormigas obreras, que controlan quienes están en las altas esferas, que son los mismos pero con distinto nombre y uniforme. Piezas de maquinaria y no entes libres, únicas e individuales. Nos quieren seres “aemocionales”.
    Al igualar al hombre, nos hacen zombis. Lo que Jung llamaba “hombre-masa”, o Nietzsche el “ganado”. Al que piensa distinto o es diferente, la masa irá hambrienta a por él y lo devorará sin piedad, convirtiéndolo en uno más de su grupo. Ese ha sido siempre el mismo error de todos estos sistemas de organización. Olvidando que somos humanos, sometiendo a estos en un proceso de desnaturalización, domesticación y deshumanización. Nos robotizan y mecanizan, y nos hacen caer en esa profunda enfermedad del nihilismo, negándonos a nosotros mismos. Negando la vida y vivirla. En su sentido más profundo. La religión hizo este mismo cometido en el pasado, y en la actualidad, sigue haciéndolo en amplios sectores, otro error. Pero nunca hubo mayor mecanismo desnaturalizador que al que hoy asistimos.
    Hay algo romántico en el comunismo cubano. Se mantuvieron durante 47 años, como nación libre al resto del mundo. Un mundo voraz y competitivo, hostil y egoísta. Que confundía la libertad con el consumo. Y aguantó firmemente como tal, pero el precio de esta libertad como nación soberana, a lo mejor fue demasiado alto, más allá de aquella revolución de barbudos soñadores, que partieron de un México distinto, para librar al pueblo cubano del tirano Batista. El precio, por esa libertad, fue a la vez quitársela al individuo. Una gran paradoja, nación libre, pero pueblo sometido. Creo que en Cuba, es donde se ha llevado de forma más pura y elegante el comunismo, si lo comparamos con otros ejemplos. Pero al final, se convirtió como en todos ellos en dictadura, donde unos pocos subyugan al resto. Y finalmente, les privan de su libre albedrío. Por eso, creo conveniente decir que el comunismo, al igual que otros sistemas de organización social, ha fallado, pues lo ha hecho en el punto más importante desde mi punto de vista, la libertad del hombre. La libertad del ser.
    Sueños rotos para ser cáscaras de la superficialidad material. Pero no nos engañemos, nosotros no somos ejemplo para el pueblo cubano. Tras una larga reflexión, me he dado cuenta de que no debemos ser su referencia. Ahora sin su líder, tienen la oportunidad de hacer algo distinto, algo nuevo y grande, pero espero que no sigan nuestros pasos. Que hagan algo diferente. Occidente no es un referente de modernidad, avance o progreso, ni siquiera nos acercamos. Es más, las democracias modernas que presumen de libertad, son la mayor de las dictaduras que jamás haya existido. Y explicaré por qué.
    Para que podamos ejercer eso que llamamos “libertad”, exportamos esclavitud y miseria, hambre y guerras, más allá de nuestras fronteras. Por obtener los recursos y esos objetos que tanto necesitamos, para sentirnos “libres”. Nunca en la historia hubo mayor genocidio. Anulamos y hacemos desaparecer culturas diferentes y alejadas, las borramos del mapa y de la historia, a cambio de pan rancio. Así, tendremos la libertad de poder elegir qué comprar y donde, si un iphone o un samsung, carrefour o mercadona, zara o mango. Si comer en burger king o en mcdonald’s. El tamaño de coche, su color y si es gasolina o diésel. Ese ha sido el gran error de nuestras democracias, de nuestro tiempo. Hemos confundido la libertad con el consumismo. Error fatal. Las redes sociales, la televisión y la moda, dictan que es ser felices. Por cierto, el concepto felicidad, otra invención más, para decirnos cómo tenemos que vivir. No está permitido sentirse mal, triste o sentir rabia; no, pues eso sería no ser feliz. Los infelices no están autorizados, de ningún modo. Así anulamos esa parte de nosotros mismos. La negamos y la reprimimos, como síntoma del nihilismo que padecemos. Sólo se ven caras de forzada y falsa sonrisa, que fingen ser felices.
    Hemos dejado de vivir, para empezar a simular vivir. Preferimos la vida virtual a la vida real. Ya nadie se comporta como realmente es, pues nadie se conoce, no hay tiempo para tal empresa. Todos debemos vivir el momento, pero no sabemos qué es eso, pues no hay tiempo. Los padres no lo tienen para cuidar y disfrutar de sus hijos, luego los hijos tampoco para cuidar a sus propios padres. También no lo hay para conocer a otras personas de verdad. La gente se conoce por la ficticia apariencia en las redes sociales, se acabaron las relaciones personales. Si no hay tiempo ni para conocerse a uno, como lo va a haber para conocer a los demás. Tampoco lo hay para amar. Pronto seremos la primera generación que olvidara por completo amar.
    Somos los esclavos del tiempo, el que hemos vendido a los mismos que nos quitaron nuestra identidad y nuestro mundo interior. Aquel que encierra los mayores misterios y donde están las claves de nuestra existencia. Eso no es importante, lo importante es consumir y ser productivos. La frase más escuchada hoy día es: ¡No tengo tiempo! Y así, el humano acaba de sellar su destrucción. No sólo padece una profunda enfermedad sino que se jacta de padecerla.
    Además de confundir la libertad con el consumismo, lo hace con el egoísmo. Egocentrismo tampoco le falta. Un ser plenamente libre, jamás sería egoísta. Otro de los males de este tiempo. Persiguen un éxito vacío e inocuo. Una quimera, un espejismo, una ilusión...no es más que la mayor de las utopías.
    Otro síntoma más son los políticos. Cada tiempo y cada sociedad tienen los que se merecen. Y esto resume todo. Pues ellos solo hablan de crecimiento, de cifras de empleo y de economía. Dónde quedan las emociones humanas, dónde está la humanidad. Solo importa un invento llamado dinero, que fué creado para esclavizarnos. Nos quejamos y le echamos la culpa a los políticos, pero la culpa es nuestra. Una sociedad decadente y corrupta solo produce políticos decadentes y corruptos. Nos sorprendemos con los resultados electorales, más recientemente, pero que esperamos de una sociedad que padece una enfermedad terminal.
    Nos hemos ido alejando cada vez más de nuestros orígenes, de nuestros antepasados, de nuestra naturaleza y de nosotros mismos. Esto ha creado un problema que es aún mayor, la desconexión con el planeta en el que vivimos, la pérdida de contacto con la madre naturaleza. Condenando e hipotecando a la Tierra. Somos una plaga, un parásito destructor. Cuyos tentáculos se extienden miles de km, secando lagos y ríos, contaminando el aire y talando sus bosques. No estamos más que cavando nuestra propia tumba.
    Qué creíamos, sí ya no afecta nada. Esa sobresaturación de información. Ese bombardeo constante, nos ha hecho sumisos y que no sintamos empatía alguna, por nada ni nadie, por muy horrible hecho que suceda o pase por delante de nuestras narices. Insensibles a la violencia, al sufrimiento propio y ajeno. Seres sin sentimiento alguno que le revuelva las tripas y que les haga luchar por algo mejor y más justo. Se ha perdido la inquietud de conocer y saber más, la curiosidad, pues ya está todo al alcance de un solo click. Nos aburrimos y leemos rápido sin entender ni comprender, sin asimilar que decía realmente lo que leíamos. Solo podemos procesar información como androides, en paquetes de 150 palabras. Si no hay empatía para con nuestros semejantes, como la va a haber para con la naturaleza.
    Creo honestamente, que ha llegado el temido tiempo de los robots. Pues ya somos eso. Pronto las máquinas serán más humanas que nosotros. Habrá más humanidad y sentimiento, espíritu crítico y creativo, más amor y más sangre en un artificio, que en los humanos de carne y hueso, insípidos, arrogantes, egoístas y egocéntricos, vacíos e inocuos; con sólo ceros y unos en sus mentes. Sin corazón o impulso alguno. Con la voluntad anulada.
    Puede que algún día superemos este proceso, esta enfermedad que padecemos en esta fase primitiva del humano. Esa es la única esperanza. Nos creemos en lo más alto y en el centro del universo. No hay mayor ilusión y arrogancia. Muestra más de que aún no estamos preparados, para ese nuevo hombre. No somos dignos de él. No aún. Mirando como los antiguos nacionalismos y patriotismos renacen, una y otra vez; una y otra vez….son la señal clara de que aún estamos varados en ese momento arcaico como “seres inteligentes”. Atrapados en el ciclo del eterno retorno, todo vuelve a regresar continuamente...Es el tiempo del hombre sin sombra, del último hombre. Y ojalá llegue el día que se complete su evolución y se libere por fin de todo lo que le ata, le pesa y encadena. De todo apego. Ese primer humano totalmente libre y puro, será el primero de una estirpe. Valiente de ser el mismo, heroico de ser libre por primera vez. Superando todos esos sistemas de valores y morales impuestas, artificiales y desnaturalizadas, aberraciones que pudren el alma. Y es por eso que debemos superar esta niñez y madurar.
    Para ello hay que avanzar, sin retroceder a estas viejas morales corruptas y putrefactas. Como lo fueron los nacionalismos, todos, de izquierdas o derechas, las dañinas religiones y esa nueva religión, la peor de todas, la religión del consumismo. Con sus nuevas iglesias y centros de poder, los centros comerciales. Nunca hubo algo tan destructivo creado sobre la faz de La Tierra. Todos ellos errores absolutos, pero necesarios, pues estoy convencido, de que algún día nos llevará a ese “hombre de las estrellas”. El nuevo hombre de que les hablaba anteriormente, capaz de vivir en paz y armonía, de crear y ser libre al mismo tiempo. El humano en su odisea, trascendiendo este mundo. Trascendiendo tal vez el tiempo. Pero largo camino queda. Viendo lo visto.

    Quiero terminar, diciendo que yo no soy quien para decidir qué debe hacer o elegir el pueblo cubano. Y juzgar que está bien o mal. Solo he realizado un diagnóstico profundo de la patología que sufrimos hoy, en nuestra era. Un análisis y reflexión profundos. Y con ello digo: Por favor, pueblo cubano, si algún día superan el comunismo, no sigan nuestros pasos. No cometan nuestros mismos errores, aprendan de nuestro mal ejemplo. Y tal vez, así creen algo nuevo, algo diferente, quizás sean los primeros en alcanzar ese hombre nuevo y libre, como los grandes pensadores y filósofos vislumbraron hace ya largo tiempo. En un siglo distinto, pero en esencia no diferente. Sería triste ver La Habana llena de burger kings, donde los niños ya no juegan en las calles y se atiborran de grasientas hamburguesas, mientras se divierten con iphones, construidos de coltán que probablemente ha nacido de la sangre de otro pueblo alejado. Al mismo tiempo, que los hambrientos se aglutinan a la puerta para pedir algo que comer. Esa tampoco sería una Cuba bonita, ni libre.


    “Despierto y escudriño más allá de banderas y estandartes. No hay símbolos decadentes. No se persiguen más nadas y mentiras. Solo se escucha una voz, muy lejana pero profunda, en nuestro interior. Más sabia y poderosa, que la de esos dioses de trapo o ídolos de cartón. Es más antigua que los tiempos y siempre estuvo ahí, bien guardada y oculta, para la llegada de ese momento. Aquel que hará al humano libre”.

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