La
mayoría tal vez no esté de acuerdo con esta reseña crítica, pero no pretendo
complacer, sino dar mi sincero punto de vista. Muchos pueden convertir esto en
un” batalla” entre Nolannistas y no Nolannistas. Pero, más allá de esta
polémica innecesaria, yo me senté en la butaca y simplemente disfruté como un
niño. No soy un fanático de ningún director, pero si lo suficientemente
sensible como para guiarme por las sensaciones y no por doctrina alguna y, lo
que Interstellar me ha hecho sentir,
es revivir mis propios sueños y preguntas que siempre me hice cuando miraba las
estrellas, sentado en el tranco de mi casa, en la oscura y cálida noche
estival, intentando buscar los por qués más básicos de nuestra esencia y
existencia. A lo mejor, no ayuda que sea un soñador a la hora de hacer esta
crítica a una obra cinematográfica como la que Christopher Nolan propone, pero a los
que les gusta soñar, esta es su película.
El espacio, el gran desconocido. Como Stanley kubrick ya hizo en su obra
maestra, 2001 odisea en el espacio.
Nolan se ha asesorado científicamente bastante bien. El espacio es un abismo
frío, solitario y sórdido. No hay sonido, el tiempo se alarga y hasta casi se
eterniza. El humano fuera de la tierra está desprotegido, solo, es torpe y lo
único que le hace sobrevivir es su total dependencia con la tecnología. Una vez
más, las máquinas toman protagonismo. Como el famoso HAL 9000 de 2001 Odisea en el espacio, los “queridos androides” de
Ripley en la bien trabajada saga Alien y ahora los simpáticos TARS Y CASE.
La Tierra del futuro que Interstellar
refleja, contiene una sociedad distópica, un mundo que se desmorona, nos
quedamos sin alimentos, por los abusos para producir una tecnología, que tal
vez tenga la respuesta para salvar a esa misma sociedad. Salvar a nuestra
civilización. Esta ironía, siempre ha estado ahí, una de las eternas cuestiones
de la humanidad. La tecnología como arma de doble filo. Si el humano quiere
perpetuarse en el tiempo como especie, algún día debe abandonar la tan querida
y a la vez mal tratada Tierra, y esta es la esencia de esta joya cinematográfica.
Sin olvidar el pilar básico, que nos diferencia a los humanos del resto de
seres vivos, El Amor. Esa conciencia originada cuando de verdad aceptamos lo
que es amar y ser amados. Este siempre es el tema central de cualquier historia
universal, porque de su empuje, se alcanzan las grandes gestas. Ya lo han dicho
muchos en el pasado, el mayor impulso, la mayor fuerza motriz del universo es
El Amor. ¿Y cuál es el amor más básico?, ¿la relación más fundamental? El de un
padre con sus hijos. Es la esencia, esta relación te condiciona de por vida,
pues como Interstellar trata dicha cuestión: qué son los padres para sus hijos
sino un fantasma de lo que ellos aspiran convertirse. Una vez que se es padre,
uno pasa a ser sus recuerdos, los recuerdos de ellos, este es el objetivo de un
padre o una madre.
Los personajes de esta obra maestra de la
ciencia ficción, están muy trabajados, todos aportan algo y ninguno sobra. Hay
que volver a hacer mención especial en Matthew McConaughey, que de nuevo
vuelve a bordar un papel y a mostrar su cara más dramática como ya hizo en Dallas Buyers Club. Y es que el actor
está que se sale desde que hizo su breve pero intensa intervención en El Lobo de Wall Street. Sin olvidarse,
de la aparición estelar de un genial Matt
Damon, para algunos prescindible, para mí, totalmente necesaria. Ya que en
ese momento, justo con esta inesperada aparición,
se produce el punto de inflexión de la película y la entrada en el tercer y
último acto de esta Ópera que los hermanos Nolan han creado. El cambio de ritmo
en este momento es brutal y te hará agarrarte a la butaca con la mirada fija en
la gran pantalla, cual rapaz al agarrar y observar su presa.
Como toda Ópera, cobra importancia la
música. Y aquí es donde el maestro y genio Hans
Zimmer vuelve a hacer de las suyas. Este Mozart del siglo XXI borda a la
perfección este apartado, tan importante como el visual, o el guion, ambos de
sobresaliente también. Así, genio y figura hasta la tumba. Cada escena, cada
acto principal de la película, viene marcado por el ritmo de música celestial como
me gusta llamarla, partituras de genio que embriagan los sentidos y te hacen
que disfrutes realmente de esta historia, que han producido entre todo el gran equipo
de trabajo, pasando por todos y cada uno de sus aspectos.
Puede ser molesta, pesada o aburrida para el
público en general, sobre todo por todo el apartado científico y su jerga. Las
teorías nuevas y radicales de la astrofísica y la física cuántica no son del
gusto de todos, pero desde mi total desconocimiento en este campo y mi humilde
opinión, creo que es elegante como se plantea esta temática en el film. Hasta el
mismísimo Carl Sagan estaría
orgulloso y maravillado de ver como su legado aún vive en la sensibilidad de
algunos soñadores, que sueñan con horizontes más lejanos y aún siguen haciéndose
esas preguntas básicas que todo hombre y mujer deberían plantearse.
Allí, en la profundidad de la oscuridad,
en el lejano espacio, donde las luces brillan en la enorme distancia, cerca de estrellas
que desconocemos si viven o han colapsado, están tal vez las claves de lo que
realmente somos, claves que tal vez nunca resolvamos, pero, ¿es tal vez, atrevido soñar con ellas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario